11 de junio de 2015

Un amor, de cuyo nombre no quiero acordarme...

Si por algo destaca el Quijote, es por la profundidad de los temas que trata; la utopía que lleva al torpe hidalgo a no rendirse en su tarea, la justicia que en muchas ocasiones este personaje no tiene realmente definida, debido a la locura que adquirió en los libros de caballería; o en mi opinión, uno de los más importantes, el amor.

Dulcinea del Toboso, el gran amor de Don Quijote, es considerada la personificación del ideal de amor más conseguida de toda la historia de la literatura.
Y no es para menos, ya que durante toda la obra, Don Quijote es ciegamente fiel a su doncella Dulcinea, a pesar de no llegar a verla en persona. Este deseo de Don Quijote está muy logrado debido a que Cervantes recurre a la repetición del amor ideal cada vez que el hidalgo va a realizar algún acto heroico o simplemente cuando la recuerda. Esto, nos hace sentir y magnificar el sentimiento que siente hacia su amada Dulcinea.
La forma de amar de Alonso Quijano es la que desearían todas las personas tanto de su época como de la nuestra. Una persona que comete heroicidades en nombre de su amor, que jura fidelidad a esta, que no pierde la esperanza de verla algún día...
Pero en mi opinión, esta forma de querer a alguien se ha visto distorsionada con el tiempo, como por ejemplo, en las novelas amororsas actuales donde consideran el amor como algo más dirigido al enamorarse, casarse y tener hijos; pero sin llegar a conseguir este deseo de don Quijote ante una persona. Algo que no comparto, ya que casarse o tener hijos no implica felicidad, es más, cuando la propia sociedad es la que “fuerza” o impulsa a muchas parejas a casarse por el simple hecho de ser como el resto o de demostrar que se aman, es cuando pienso que se llega al punto más bajo del amor, porque cuando algo se hace en vista a ser igual que los demás o a seguir el rebaño, es donde empiezan los conflictos.
En cuanto al aspecto social o “real”, no logro imaginar un Quijote y una Dulcinea en esta época, creo que trataría de un amor muy superficial donde ninguno de los dos realmente se detiene a observar la personalidad de cada uno y donde los cánones de belleza están elevados a la la máxima perfección imaginable, lo que en ocasiones nos lleva a obsesionarnos con nuestra propia imagen (botox, cirugía facial...).
Pero el problema llega, cuando nos planteamos: “¿Donde estará el final de todo esto, si es que lo hay?”, “¿llegará el día en el que nos preocupemos menos por nuestra apariencia y empecemos a amar realmente a alguien?”...
Yo no sé las respuestas a estas preguntas, pero tampoco quiero saberlas, porque tengo ya aceptado que amores como Quijote con Dulcinea existirán pocos y que la sociedad seguirá con su superficialidad.
Por último, a la hora de elegir el amor, tanto como si es para la vida o para un relato de ficción, ni fijarse totalmente en la superficie está bien, ni perseguir molinos pensando que son gigantes en el nombre de tu amada...

Rafael  Roman Agular 1º CITE


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