Margarita, una chica corriente, no resaltaba entre el resto. Bajita y
castaña, con unos grandes y preciosos ojos azabaches. Caminaba ella por
las cálidas calles de su pequeño pueblo de Andalucía. Si miraba a su
alrededor para ver los pequeños arbustos que rodeaban el parque, pero
iba sumida en sus pensamientos. Tan sumida iba, que de repente su hombro
chocó con el de un chico, lo que provovó una fuerte caída y un dolor en
la rodilla.
* ¿Estás bien? - le preguntó el chico con quien había chocado.
* Si, tranquilo.
Ella intentó sentarse, pero el fuerte dolor no le permitió incorporarse.
El chico, quien resultó llamarse Manuel le acompañó al médico. Se
conocieron y decidieron quedar. Con el paso de los días, Margarita y
manuel se comenzaron a enamorar.
Comenzaron a salir juntos, hasta que el primer año llegó y con él Manuel
le regaló un ramo a Margarita. Le regaló un ramo de rosas y cada año
uno nuevo le regalaba. Alrededor del cuarto ramo, Manuel y Margarita se
casaron y con ese suceso, las rosas se marchitaron. Ese día día manuel
cambió con Margarita.
* ¿Quién te crees para salir sola con tus amigos? Y menos así "vestia".
Poco a poco, la vida de Margarita fue cambiando. Con el quinto ramo
llegó el primer guantazo. Margarita se quiso vestir guapa para celebrar
su aniversario, se puso un vestido blanco, con pequeños detalles
bordados, pero para Manuel enseñaba demasiado.
* ¿Quién te crees para decirme lo que me puedo o no poner? - dijo Margarita con enfado.
* Tu "mano", cuando te casaste me proclamaste tu dueño - dijo él enfadado.
* Si yo quiero, me largo. - tras estas palabras un fuerte golpe le recorrió la cara.
"Lo provoqué, estaba enfadado, me debería de haber <<callao>>, pensó Margarita.
Con el noveno ramo llegó su embarazo. Un precioso niño iba anacer y
Margarita pensaba que resolvería todos sus problemas, pero no fue así.
Cada ramo sumaba un nuevo calvario. Margarita no era feliz.
Un día Margarita decidió revelarse contra su marido, él le pegó, le pegó muchas veces hasta que todo lo vio negro.
"Margarita, tú mo tienes por qué aguantar eso ".- le dijo su vecina quién le vio los moratones.
* Es mi marido, él puede hacerlo, lo he provocado.
Su vecina pensó que no tenía por qué meterse en eso, así que volvió a su casa.
Margarita se sentía sola, si no fuese por su niño, el que se pone
auriculares todas las noches para que sus delgaduchos dedos no temblasen
al escuchar los fuertes gritos de su padre.
Margarita ya no era una niña, Margarita tenía 50 años. Tenía, porque una
noche, al decidir acabar con la vida que le daba su marido, él la mató,
suicidándose para no sentirse culpable.
Todos somos Margarita, todos podemos ver los pétalos pero no las
espinas, pero hay que cortar el tallo, antes de acabar como ella.
María Rodríguez Reina
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